El corte en el cuerpo (reseña sobre Slavoj Zizek) por Federico Muzzolón

Por Federico Muzzolón

Tatuarse la piel, clavarse un piercing, son hechos que siempre despiertan encantos y desencantos que van desde la burlona incomprensión reaccionaria hasta la mayor aprobación festiva tolerante y multicultural. El tema es que siempre queda dando vuelta un dejo de incongruencia y ambigüedad, un elemento traumático con el que no se sabe muy bien qué hacer. Es muy habitual escuchar expresiones como “los indios también lo hacían”, “la juventud está perdida” y toda una plétora de comentarios que no producen otra cosa más que insatisfacción o incertidumbre.

Conviene, en otro sentido, pensar una lógica del “corte en el cuerpo”, como sugiere el filósofo esloveno Slavoj Zizek podríamos distinguir cuatro etapas: primero en las sociedades tribales paganas prejudías, el prototipo de iniciación rige  bajo el lema “estoy marcado, por lo tanto soy”; es decir que el corte en mi cuerpo (un tatuaje, etc) representa mi inscripción en el espacio sociosimbólico; fuera de él no soy nada. Viene después la lógica judía de la circuncisión, “un corte para poner fin a todos los cortes”, es decir el corte excepcional/negativo estrictamente correlativo con la prohibición de la multitud pagana de los cortes. Luego, con el cristianismo, este corte excepcional se internaliza y ya no hay más cortes físicos de ningún tipo. Finalmente, en la cuarta etapa, el corte posmoderno “neoliberal” introduce una diferencia con respecto a la diversidad premoderna de dar forma al propio cuerpo (tatuajes, perforaciones, mutilación de órganos…) ¿en qué consiste esta diferencia entre el corte tradicional y el corte posmoderno?

En términos lacanianos, la tríada de lo Imaginario (lo que entendemos comúnmente por “realidad”), lo Simbólico (el lenguaje, el sistema de creencias, el gran Otro) y lo Real (la imposibilidad de completitud, el núcleo traumático que siempre retorna), se articulan y pueden brindar una interpretación más detallada de este acontecimiento.

Zizek piensa que el corte tradicional va de lo Real a lo Simbólico, mientras que el corte posmoderno tiene una dirección opuesta: va de lo Simbólico a lo Real. La meta del corte tradicional era imprimirla forma simbólica en la carne, “domesticar” la carne, marcar su inclusión en el Otro; mientras que la función del actual corte posmoderno en el cuerpo no es servir como marca de la castración simbólica, sino exactamente lo contrario: señalar la resistencia del cuerpo contra la sumisión a la ley sociosimbólica. Desde el estallido punk hasta la diversidad estética posmoderna, se ha convertido la sumisión tradicional al Otro simbólico en el autodespliegue individualista que histeriza al poder.

De esta manera obtenemos una especie de tríada hegeliana en la cual se produce una negación dela negación: a) el corte premoderno, b) la ausencia moderna de corte (cuando el sujeto moderno internaliza la castración simbólica como “pérdida de una pérdida”, el cuerpo no tiene ya que soportar la carga de la castración, y queda redimido, libre para ser celebrado como objeto de placer y belleza y a su vez como diría Foucault, convertido en objeto de estrictas regulaciones disciplinarias destinadas a ajustarlo socialmente); y c) el retorno posmoderno al corte, que ya no señala la inscripción en el Otro, sino su “inexistencia radical”. Vale decir: el gran Otro no existe, también está fallado, no hay garantías, no hay “alteridad radical”.

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